El lavavajillas
Soy un testarudo. Estoy totalmente involucrado en que permanezca en su sitio una tableta que está por debajo de un armario de la alacena. Pero su función no es más que decorativa. Y me obstiné hasta decir que la tableta era una estructura necesaria. Vendrán a quitarla, a desatar sus tornillos que la unen al conjunto del mueble, y con ello, el lavavajillas podrá caber perfectamente en la cavidad asignada, es decir, entre el refrigerador y el grifo. Comenzará la era de la tecnología. Mis horas consagradas a lavar los platos sucios y a la meditación de donde salían mis florecillas post-marianas llegarán a su fin. He caído bajo, me siento abyecto. No soy más que un hombre hormiga, un hombriga. Tendré que tragarme mi discurso iracundo, mi único medio de elevar la voz para que se me escuche, cuando con las herramientas necesarias quiten la tableta y las miradas – imaginarias o reales – se posen sobre mí para decirme qué decías. Testarudo, humillado, portador de una rabia sorda, ciega y muda así voy por el continuum de la vida, camino de hombres hormigas. Después de tanto pensar en cómo escapar de la alegoría, me doy cuenta de que construyo una a mi pesar. Creí que la tableta era base, estructura, lenguaje necesario, discurso verídico; pero si esta noche la quitan, no será más que decoración, arte, poesía, palabras de recreación de la nada. Entonces, tendré que cambiar mi visión del mundo y de las cosas, yo poeta antipoético, pensador de vanidades, literato subalterno. Qué devendré, es la pregunta que me hago. Por ahora, de lo único que tengo certeza es que en mi testarudez se escondía una nostalgia territorial malhumorada e impotente, algo así como la mirada de un búho que penetra la lejanía, en donde hay una cortina de humo y las herramientas cortan los árboles.
Comentarios