MEMENTO MORI, EN MEMORIA DEL TOPO/TIGRE SALAZAR.

 


Memento Mori, nos dictó Jorge Arango, con su tono calmado y aire enigmático. En silencio, tomábamos notas en nuestro cuaderno de Español y Literatura. Era un día escolar soleado de 1995 o 1996 en el municipio de Dosquebradas, Risaralda, en el Colegio Salesiano San Juan Bosco. "Piensen, niños, piensen", repetía el profesor al grupo de cuarenta y cinco estudiantes que debían estar cursando décimo u undécimo grado. No existían celulares ni redes sociales. Solo el presumir con el “parche” en los descansos y en la calle, el “picaíto”, “el metegol”. Quizás alguno que otro “pinchado” tenía computador en la casa. Los demás, de malas: máquinas de escribir. ¿Qué significa Memento Mori? Había que hacer una composición sobre este tópico. El profesor Arango nos invitaba a pensar en la fragilidad y fugacidad de la vida, en lo efímero del momento presente. "Recuerden que algún día, muchachos, esto que ven y tocan, desaparecerá. Sus seres queridos van a desaparecer. Ustedes van a desaparecer".
Sentado en una de las hileras cercanas a la pared, en los pupitres de atrás, con lapicero azul en la mano, pensé en la canción de Charly García, “Los Dinosaurios”, la versión del Unplugged que ponían en Radioactiva los sábados por la tarde, en la emisión “La Cúpula”. Quise hacerle caer en cuenta de esa referencia a José Hernán Salazar, sentado en diagonal, un pupitre más adelante, pero me quedé callado por miedo a ser escuchado por los otros y ser “boleteado”. ¿Quién descreyó alguna vez que las palabras de Jorge Arango eran proféticas? ¿No había hablado él una hora antes de un terremoto que, efectivamente, ocurrió el 8 de febrero de 1995 y destruyó medio Pereira? Pues sí, las palabras de Jorge Arango retumban treinta años después. Aquí estoy escribiendo sobre el Memento Mori y tratando de hacer una semblanza justa de un amigo que nos acaba de dejar, José Hernán Salazar, alias “Topo” para muchos, “Chilo” para otros, “El Tigre” para él mismo.
Escribo este texto con respeto a sus seres queridos, a su señora madre, doña Marina, mujer franca y voluntariosa, quien muchas veces me recibió en su casa y me dio de comer mientras hacíamos tareas o proyectos que pocas veces llegaban a buen término. Recuerdo un resumen sobre El Quijote que no pudimos sostener frente a las preguntas hermenéuticas y argucias retóricas de Jorge Arango, y una maqueta de espejos que debía conducir un haz de luz hacia un punto preciso, pero que acababa dispersándose en un sinnúmero de intentos e interrupciones en las que nos dedicábamos a vagar, a hablar de mujeres, de fútbol, a imitar profesores... no para burlarnos de ellos, sino, en el fondo, de nuestros propios defectos. También aprovecho para enviar mis condolencias a su hermano Hugo, con quien nos cruzábamos de vez en los descansos o coincidíamos en su casa. Siempre creí leer en su mirada: “¿qué estará tramando este par de locos?”. Y, sobre todo, a sus hijos Simón y Samuel, a quienes solo conocí en fotos de Facebook. A ellos, solo quiero decirles que su padre, dentro de la cantidad de facetas que se le pueden atribuir a un ser humano para bien o para mal, fue, antes que nada, un gran amigo con el que reviven muchos recuerdos de una generación que ya se acerca a su medio siglo de existencia, por increíble que parezca, nosotros testigos de un cambio de siglo y era, eternos e irreparables adolescentes en busca de su sombra. Yo también tengo dos hijos varones, todavía pequeños, y, si el día que tenga que traspasar al otro lado, a alguien se le ocurre dirigir algunas palabras sobre mi recorrido en este mundo, espero que, por lo menos, mis dos hijos escuchen este mensaje que pretendo expresar aquí: "su papá fue un niño-hombre que soñó y luchó por lo soñado".
Intento continuar estas líneas y les comento lo difícil que me resulta este ejercicio a otros compañeros: Diego Peña, Álvaro José García, Fabio Peláez, quienes se movieron a ponerme al tanto de la triste noticia del fallecimiento de José Hernán. Tengo que digerir y procesar bastante, lo confieso. La última década estuvo marcada por un distanciamiento de mi parte y periodos de comunicaciones truncadas. A su manera, él buscaba un apoyo para su doctorado en educación y yo andaba en un repliegue antiacadémico, sin poder ofrecer mayor consejo que comentarios cínicos sobre la trampa de los posgrados en el sistema laboral colombiano. Debí haber sido más comprensivo y menos tosco, pero esto ya no sirve de nada. Nuestras últimas conversaciones, entre 2024 y 2025, sin embargo, estuvieron marcadas por la camaradería que nos unió en los días de colegio. Hablamos de un proyecto de hacer un pódcast literario y me reclamó por olvidarme y no volver al terruño. Y yo, bastante odioso que soy cuando me lo propongo, le contesté con esta cita de Enrique Gómez de la Serna: “El único que cambia de verdad la faz del planeta es el que ara modestamente el terruño”. En su último mensaje, del 2 de mayo, me escribió: “Nunca ha perdido el Flow”, una respuesta a un estado de Facebook en el que subí una foto en la que estamos mi hermano y yo, niños, con gafas coloridas de sol y bermudas en la Isla de San Andrés, y a la que titulé “Flow del 88”. Nunca ha perdido el Flow… puedo decir que él tampoco nunca perdió su Flow. Fue su Flow el que lo hizo lo que él fue y es ese Flow que se va ahora dejando un gran vacío en quienes lo conocieron.
Como puede verse, he ido a leer los últimos mensajes en Facebook. Acabo de escribirle: “hermano, gracias por todo”. Quizás le llegue, lo deje en visto o me responda con un emoji desde esa otra dimensión en la que creyó y de la que renegó mi yo pseudo-ateo de quince/dieciséis años. Supongo que le divertía mi reacción a la educación religiosa que recibimos. Le encantaba darme cuerda para que hablara de Jean-Paul Sartre o de Freud, o le explicara mi teoría de Dios como una especie de pequeño farsante detrás de la máscara del Mago de Oz. Advierto: éramos apenas unos niños y extremadamente ñoños. Y en medio de esa ñoñería nació la idea de crear el glorioso y mítico Sporting Leona, que se llamó así porque Bavaria le regaló a mi papá unas camisetas blancas con bordes rojos, estilo camisa suplente del Independiente Santa Fe. Los “nerds” de 10A y 10B se unieron para competir en la liga risaraldense de fútbol prejuvenil, aventura que solo dejó cuatro partidos en los que se vivieron goleadas humillantes. Ningún adulto quiso entrenarnos, por lo que Álvaro José García fungía de director técnico y portero suplente. Yo hacía de volante de contención junto a José Hernán. También jugaban Juan Manuel Orrego, John Hammer Parra, Mauricio Rivera, Mauricio Rodríguez, Julián Vega, John Freddy Hurtado, John Alexander Valencia (perdonarán por mencionar sus nombres y que me perdonen los que olvido). De consuelo, cabe decir que le metimos un gol al Ferroclub, la división inferior del Deportivo Pereira, y mantuvimos un 0-0 durante cuarenta minutos que incomodó a su técnico, el Señor Walter Aristizábal.
El Deportivo Pereira nos dio también una razón para reunirnos, ahorrar mesadas para ir el domingo al estadio y sufrir, condición necesaria de todo hincha matecaña. Vimos cómo siempre se escapaban las posibilidades de jugar los cuadrangulares de final de año o participar en algún torneo internacional, y vivimos el primer descenso, en 1997. Recuerdo que una vez fuimos a un partido con mi papá y a José Hernán le llamó mucho la atención este comentario de mi viejo: “tienen que entrar a un jugador metelón, que se vaya por la raya, como la Bruja Sánchez”. Creo que el técnico de ese entonces escuchó a mi papá, puso a ese jugador y el Pereira terminó ganando ese partido. Pero, lo más pertinente de este punto, obviamente, tiene que ver con el título de la liga de 2022. Después de los penales contra el Deportivo Independiente Medellín, que escuchamos por Internet porque no tenemos acceso a los canales aquí en Canadá, mi papá dijo lo siguiente: “pensé que me iba a morir sin ver al Deportivo Pereira campeón”. Pues bien, José Hernán “Chilo” también lo vio campeón, algo que parecía imposible, algo que no le correspondió en vida a la famosa “Chila” o al Padre Valencia.
Esta historia con el Deportivo Pereira, que parecía una maldición metafísica antes de 2022, la transcribí en el cuento “La Fórmula del Éxito”, publicado en 2023 en el libro El Anticristo Derrotado. No deseo hacer promoción del libro aquí. El que quiera comprarlo, que lo haga; y el que quiera solo leerlo, que vaya a sacarlo en préstamo a una biblioteca. Y el que no quiera leer, pero que le interese el resumen, aquí está: en una ciudad retrofuturista, una Pereira bajo zepelines y que es transitada por carruajes a vapor, un grupo de amigos se preocupa por el futuro de su equipo de fútbol. El Tigre Salazar, personaje enteramente inspirado en la persona de la que trata esta semblanza, es un cazador de Lolitas, pequeñas hadas únicamente perceptibles con un equipo de lentes especializados. Es testigo de una conversación entre el presidente del club y el goleador extranjero. Alertado por esto, Salazar se apresura a contactar a todos sus amigos para evitar el descenso del equipo. Advierte a Álvaro Cardona, técnico encargado del equipo y portero suplente, y al Ingeniero Parra, que pondrá a prueba unos exoesqueletos para incrementar las habilidades deportivas de su usuario. Al final, no consiguen impedir la desgracia y caen literalmente derrotados en el campo de juego, como el Sporting Leona, pero unidos como los amigos que fueron siempre.
El personaje del Tigre Salazar, en su afán de cazar las Lolitas, retrata la manera en que veíamos las relaciones con las chicas en esa época. Víctimas quizás de un colegio de alumnado enteramente masculino, de la educación religiosa que colocaba a María Auxiliadora en un altar, y de las cursilerías heredadas en la cultura, la cartica de amor, el peluche, la llamada anónima por teléfono para poner una canción súper cutre, no sabíamos hablarle a una muchacha cuando la teníamos enfrente. El tartamudeo, la tembladera, la ansiedad, los chistes bobos… uno era así, como se dice, “bien pendejo”. Después de la presentación sobre El Quijote, Salazar se quedó solo frente a las preguntas de Jorge Arango. Salazar le dijo que le preguntara sobre algo que él sí supiera. Entonces, Arango le dijo: “Hábleme, entonces, de mujeres”. Salazar enrojeció, el resto del salón soltó una sonrisa nerviosa, nada comparado con las risotadas habituales. “No, profesor, pregúnteme mejor sobre fútbol”, atinó a decir. Y Arango mandó esta pregunta: “¿Quién es el nuevo director del Deportivo Independiente Medellín?”. Salazar dio un nombre. Arango le respondió: “No, a ese lo sacamos hace rato. Siéntese”. En conclusión, no sabíamos nada de El Quijote, ni de mujeres, ni de fútbol.
En un momento, hicimos un trato: yo le escribiría poemas para que él se los enviara a su “crush” de turno y él, a cambio, me invitaría a un perro caliente en los descansos. La verdad, ni fueron versos dignos de alguna antología poética, ni la crush cayó conquistada, ni hubo presupuesto para sostener un perro caliente por poema. Tuvimos que bajar las expectativas y esperar. Pero la suerte le empezó a sonreír a nuestro amigo en un paseo a Tuluá con los grupos juveniles. Allí conoció a Ángela, su primera novia. Eran los últimos meses de once, unos pensaban en el ejército, o en la libreta, en la carrera, en los resultados del ICFES… pero José Hernán solo pensaba en ella. Fue una relación bonita que empezó con efervescencia y duró lo que tenía que durar. Cada quien siguió su camino, pero quedan recuerdos.
Quedan muchos recuerdos. Muchas imágenes fragmentadas, muchos vacíos cronológicos. No quiero terminar sin mencionar algunas instantáneas.
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Instantáneas de la amistad
CAFÉ BULEVARD: fue un grupo musical de existencia efímera que tuvo el mismo éxito que el Sporting Leona. José Hernán, los teclados; yo, la guitarra y el canto. Nos presentamos en un acto cultural en el colegio. Ya éramos egresados, año 1998. Hicimos un oso colosal entrando al coliseo frente a todo el mundo con los instrumentos debajo del brazo. Los micrófonos no funcionaron y cuando empezamos a cantar, los estudiantes se burlaron de nosotros proyectándonos rayos láser en la frente y en medio de las piernas. Hubo una presentación más decorosa en la Alianza Francesa, en la Fête de la Musique, frente a un público más íntimo, selecto y culto. El repertorio era de cuatro canciones: “Calles vampirescas”, “Into your Being”, “Ne pas toucher mon coeur”, “Évolution de la Planète Rouge”, composiciones que todavía rasgueo cuando estoy sin oficio. Ese día, la selección Colombia perdió dos cero contra Inglaterra. Nunca más volvimos para ensayar o tocar.
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VITERBO: fue nuestro paseo de once. La finca de Oscar Flórez, un rancho y un potrero en falda. Asistentes: el propio Oscar, Álvaro, Hammer, “Tolima” y yo. Nos fuimos en un Jeep Willys agarrados de donde podíamos. Al llegar, montamos una carpa que nos había prestado el profesor de filosofía del Pre-ICFES. No había agua potable y hubo que hervirla con leña y una olla. Luego le echamos fresco Frutiño. Eso era lo que había para beber, y puro guaro. Yo llevaba puesta la camiseta deportiva de 11B, una camisa verde militar, una imitación de camuflaje, y andaba con el pelo largo y despeinado. Parecía un guerrillero. Esa noche, Tolima se emborrachó y vomitó. A José Hernán le dio mucha risa. Oscar estaba furioso y se fue a dormir al rancho. Despertamos en medio de vacas.
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LA CASA DE OSCAR: ¿Cómo olvidar esta casa en donde filosofábamos tomando whiskey? ¡Por Dios, no teníamos aún dieciocho años! Esta casa vieja de dos pisos y una terraza se encontraba entre la Carrera Tercera y Cuarta, por la Calle Veinte o Diecinueve. Oscar Flórez nos recibía de vez en cuando para hacer “tareas”. También asistía Mauricio Villada, alias Pocahontas por sus rasgos aindiados y cabello largo y liso. El anfitrión nos contaba de sus conquistas y de “cómo se dio lo que se tenía que dar”. A José Hernán le hacía mucha gracia eso.
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MEMENTO MORI: aquí termino, quedándome corto. Olvido, distorsiono, me pierdo como la luz en ese laberinto de espejos mal puestos. ¿Qué nota me dará Arango por esta composición? ¿Qué dirá José Hernán de estas líneas en este momento? El Memento Mori nos enseña que debemos recordar que la vida, tal cual la concebimos, es una ilusión, un sueño, como la juventud misma, que se difumina al despertar. José Hernán acaba de abrir los ojos, ha vuelto a tener diecisiete años el niño-hombre y debe salir para el colegio. Los que seguimos atrapados en el sueño sentimos, sin embargo, que una parte de nosotros ha muerto.

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