Sancho de Pereiro, filósofo mediocre


Hace dos siglos, durante la dificultosa época que le tocó vivir a España, en ese consabido paso de las tinieblas y estrellas de oro – estrellas más lejanas que las tinieblas, valga decir - a un amanecer insípido, el mediocre filósofo Sancho de Pereiro, en uno de sus folios escribió: “Si hay algo más decepcionante que el hombre, es el mismo hombre en sociedad, que es la suma de hombres iguales, multiplicables”. Pensar en tal frase, carente de originalidad y pobre en trascendencia, hoy en día, parece inducirnos a un anacronismo sin sentido, que iba en contra de los deseos luminosos del siglo 18, y a un cliché misantrópico fácil para evadir a las responsabilidades sociales del amor incondicional y la tolerancia. Todo esto añadido a una concepción antindividualista que molestaría bastante a los Románticos y que no deja de ser risible en nuestros tiempos. ¿Presentía ya, a la altura de 1785, este joven estudiante de Salamanca, lo que Goya vería en sus pesadillas pocos años más tarde? Sancho de Pereiro, seguidor de una filosofía de la picaresca, nieto abandonado de las preocupaciones del Barroco, hombre amante de los búhos y los murciélagos así como de los caracoles exorbitantes que parecían uvas para el paladar de un dios pagano, nos deja una suma impenetrable. Aquel que se aventure en las líneas en las que circula un castellano paquidérmico no volverá a pisar la tierra firme: será una criatura flotadora, tal como fue aquel hombre de sotana y mosquete, cuyo mármol, alojado en un monasterio de Zambrana –al igual que la soga que puso fin a sus días –, se ha enverdecido con el paso del tiempo y ha perdido cualquier apariencia humana.

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