Lo más sensato en el mundo del arte fue aquel hombre que expuso sus vísceras en un museo. Las cortinas de sangre rayaban el vidrio de la botella en cuyo fondo latía un corazón ulceroso. Los frascos llenos de órganos y alcohol colmaban las vitrinas del recinto. Bajo cada objeto aparecía una insignia: Recuerdo número X.

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