Teoría del Amor Cortés
Mucha tinta se ha regado sobre el pacto que liga un trovador a una dama de rango superior e inaccesible. Para empezar, hay que diferenciar el Amor Cortés del Amor Platónico, en el que el deseo de comulgar con las constelaciones lejanas se satisface gracias a amantes de escala menor: jóvenes discípulos del mismo sexo bajo el sol límpido de Grecia, o doncellas de peligrosa inocencia en los claroscuros de la burguesía. El efebo y la Lolita son fetiches de pura consubstanciación que, entre placer y repugnancia, entregan en una danza muy protocolaria el efluvio de su edad al paladar reseco del Señor, el que, a cambio, los inviste de “mayoría de edad”, experiencia y sabiduría. Esos eran los días en el que el Señor, corazón endurecido por tantas batallas y cadáveres, sostenía su copa en alto derramando una que otra lágrima; se conmovía por la hoja que se desprendía del árbol, y se volvía tan frágil que una nube en forma de seno o un trozo de queso gusanoso lo partían como un rayo. Siendo el amor platónico una simbiosis sadomasoquista, en la que ambas partes se saborean a pedazos el cerebelo, adquiere un estatus criminal en los ámbitos jurídicos modernos: el capitalismo democrático no busca el placer de nadie en particular y concreto, solo se ciñe a mantener el culto a las Ideas, dejando así que se pudran lentamente a su ritmo y por sí solas las juventudes y que se abstengan de reventar filósofos y patriarcas, sea cual sea su orientación y partido. Como es muy difícil determinar a partir de los parámetros morales existentes cuándo el Amor Platónico se ha practicado como intercambio de conocimiento y cuándo ha sido delito de pederastas (lo que se llamaría Amor Platónico fuera de gozne), lo mejor ha sido cortar tajantemente con el problema, caparlo.
Contrariamente, podría decirse que nada me obliga al Amor Cortés, que este nace de mi libre decisión de ponerme en relación de verticalidad e inferioridad con respecto a la Dama, la Señora, la Madona, la que no es una idea originaria o un objeto lejano (como sucede con el Amor Platónico) y que el Rey Otro no puede expropiarme porque ella nunca me ha pertenecido: es más, pareciera que venerando a su Mujer (transubstanciándola) logro vengarme de todos los actos cometidos por medio del Derecho de Pernada. Para que el Amor Cortés tenga sentido debe de haber prohibición, leyes de hierro, muros infranqueables, fosas con serpientes. Si por una razón u otra, el amante se encuentra frente al lecho de su Señora y detrás de él se ven decenas de puertas abiertas, centenares de soldados por el suelo, un rey patético adjudicando, se arrodillará persignándose, luego dará media vuelta y partirá con la mano en el pecho – así la Señora suplique que le rasgue su vestido blanco, que la embista y la penetre hasta engendrarle un elefante. La imposibilidad de ese momento, tanto la caída del régimen de la realidad como el rechazo solemne a la satisfacción del deseo, constituye el mayor goce y deleite, la masturbación que lleva la grito más estruendoso. Sin embargo, antes de seguir predicando la utopía del masoquismo absoluto, es preciso interrogarse: 1) ¿quién merece recibir la cortesía y requiebros imperceptibles de un trovador o trovadora? 2) ¿por qué esto ha de llamarse “amor” o incluirse como una forma de amor? La respuesta al primer interrogante conlleva a descartar una lista de atributos: belleza física, carisma, simpatía, e incluso, posición social de la dama en cuestión. Todo depende más de la cosmovisión (o locura) del amante que de las ideas culturales establecidas (platónicas y actualizadas por el Derecho de Pernada) que él viola. Para dar un ejemplo exagerado: la Dama puede tener bigotes, exhibir sin vergüenza una silueta de ánfora, y toser ingentes cantidades de esputo: el trovador la encontrará preciosa, mientras que el Rey no ve la hora en que esta muera envenenada accidentalmente. El Amor Cortés es una adulteración, un síntoma que anuncia, en el mejor momento, el fin de un régimen, una civilización. Ya lo expuso de forma magistral Cervantes al hacer que Don Alonso elevara al rango de Señora Digna de todas las aventuras caballerescas una simple maritornes: el problema no era un viejo loco, tampoco las obsoletas novelas de caballería que leía. El Quijote debería calificarse como la primera novela de ciencia ficción apocalíptica. ¿Quién, durante su vida, ha sido Dulcinea de alguien? Responder puede conducir a temas espinosos y traumáticos que se desvían de la naturaleza del Amor Cortés, haciendo entrar en la memoria oscura de la infancia y descubrir víctimas en el fondo de un bosque o de una habitación (estragos del Amor Platónico fuera de gozne); o alimentando el ardor de cicatrices apagadas recientemente, cicatrices causadas durante los años mozos y adultos de formación (Derecho de Pernada).
Tampoco, si se quiere seguir respondiendo, puede confundirse el hecho de ser objeto del Amor Cortés con las ocasiones en las que no se correspondió el amor de una fea muchacha, dejándosela sola, con su mejor peinado y su traje nuevo, un poema arrugado en las manos, bajo la lluvia de las siete de la tarde (y dicho sea de paso, esto se aplica a todo lo que es el Amor No Correspondido: A. Condición de neutralidad: amar sin ser amado o amar lo que nunca se poseerá –la ninfa más fecunda y voluptuosa de todas, la ninfa de las ninfas, con mandíbula de ángulos perfectos y ojos almendrados como el verde claro que se encuentra en el azul más negro, senos puntiagudos y rojos, y la piel que huele a reposo y a aventura. B. Condición de ventaja sádica: ser amado por alguien no amado – despreciarle sus cartas de amor y usarlas como servilletas; aceptarle como pareja porque no había “nada mejor” en el Mercado; derramar a propósito la sopa que con tanto esfuerzo preparó para complacerme; hacerle el amor mientras veo el telediario o la carrera de perros; decirle que me recoja en la calle, cuando no puedo caminar y tengo la boca y los dientes manchados por el vino, o un brazo abaleado, y luego, como un miserable sapo, pegarle, no agradecerle ni siquiera por el placer que me procura pegarle, marcharme al alba o al mediodía después de haber vaciado su apartamento, ensuciado su baño y estrellado su coche. C. Condición de relación feliz, o dicho en términos más técnicos, el meta-amor: no amar a alguien en particular sino la idea de Amor –que en sí sería la relación que todo médico ha de recomendar por ser la menos traumatizante y la más dichosa – para mayor información, Corintios 7: 1-40). De hecho, resulta difícil saber cuándo se es objeto de Amor Cortés o si simplemente se está recibiendo un banal coqueteo. Ser Dama de Trovador (o Señor de Trovadora, etc.) solo puede entenderse como cuando se espera una promesa hecha a altas horas de la noche, a la deriva de una botella, con el juicio parcialmente suspendido y los ojos rosados y pequeños. No debería tener importancia si se es beneficiario de Amor Cortés, pese al placer de cocaína que procure saberlo. Sin embargo, todos necesitan esa promesa de promesa –así sea en la forma de un banal coqueteo que tenga que ver más con sexo urgente y desproporción de cervezas –, imaginarla, darla como supuesto, inventársela en el peor de los casos con un poco de ventriloquia, para poder dejarse morir tranquilo los años que queden y sobrellevar con optimismo las impertinencias glandulares y los reproches de la soledad. Los sucedáneos del Amor Cortés, a pesar de conseguirse con facilidad, no son tan efectivos como el Amor Cortés mismo.
Para suplir la necesidad del beneficio, lo mejor es encontrarse una Dama o lo que se le parezca y declararle secretamente devoción, aunque sea momentáneamente. En el Amor Cortés es mejor ser sujeto que objeto. Eso sí, existe un riesgo: si se declara devoción a la Dama y esta, embriagada de narcisismo, ordena el cumplimiento cabal del pacto, debe llevarse hasta las últimas consecuencias. En dicho caso, se estaría hablando del caso hipotético de un Derecho de Pernada Macro, brutal dialéctica del Maestro y el Esclavo, en donde se sobrepasa todas las iniciaciones simbólicas, los horizontes de expectativa antropológicos, los sacrificios de corazones caníbales y pájaros triturados (la Dama puede pedir al Rey Otro que mande a decapitar el Trovador que se ha echado para atrás en sus avances). Aunque esto, como ya se ha dicho antes, es un caso excepcional y de por sí es aburrido después de un tiempo para la Dama, la que como toda señora casada necesita acción que la haga salir de la rutina. Con la volatilidad que nace y se hace un Amor Cortés, con la misma volatilidad se deshace. No por ello, deja de ser significante y profundo. En general, el Amor Cortés consiste en una de las mejores formas de sublimar la sublimación. Los impulsos primarios del individuo, dice el psicoanálisis, se enfrascan en buenas intenciones y altos ideales para que el hombre pueda vivir en falsa paz con otros. La necesidad ontológica, el deseo oceánico y otros pruritos del alma que, francamente no se pueden explicar aquí, deben ser canalizados por una experiencia íntima y física de lo sobrenatural –abducciones extraterrestres, raptos divinos, eyaculaciones espontáneas de todos los fluidos vitales al escribir poesía mística –, o por una peculiar y sutil relación con la totalidad. El Amor Cortés es una forma dionisiaca de amar el cosmos y una forma apolínea de amar el khaos. En él solo hay una devoción lúdica, no rituales ni sacrificios, como sí se presentan en la adoración temerosa del Amor Judeocristiano (perlaborada magnificamente en el matrimonio), en el contrato del Amor Burgués (etapas comerciales y fondo monetario del noviazgo, los debates legislativos sobre los límites de la infidelidad, las inquisiciones y fabulaciones del divorcio), en el intercambio de vacas y vírgenes en el Amor Totémico Primitivo, en el Amor Amarre (es decir, el que se logra descaradamente con brujería, artimañas urinarias y otras cochinadas, magia negra o blanca, o que se concibe como hecho indeclinable determinado antes del nacimiento a partir de lecturas de Tarot, Cartas Astrales y sondeando las líneas de la mano), en el Amor Cursi de las masas expresado en las telenovelas y el 96.3% de las canciones, en el suicidio degenerativo del Amor de las Monarquías. El Amor Cortés no promete salvación porque tal cosa va en contra del presupuesto de ni siquiera tocar a la Dama (el Amor Cortés es el Proyecto de no tener un proyecto claro; pornografía para ciegos y mancos), y porque, como lo escribe mejor el Triste Blazfemio en sus Diarios refiriéndose al Amor en general: “sería mejor dejar de asociar el amor con la salvación, hay que dejar de asociar al amor con algo más grande que nosotros, con algo que nos trasciende: el amor nos posee (por eso no nos salva). Una vez poseídos, está entre las posibilidades del ser hacerlo explotar y (ahí sí) trascender”. El Triste Blazfemio, que en otra parte lucha con Ortega y Gasset en cuanto a la definición del Otro como objeto de llegada por medio del movimiento de la emoción activa del Amor, cita a Nietzsche en francés para recordarnos que el verdadero Amor es la Amistad. Blazfemio, para quien el Amor Cortés hace parte de una pesada herencia histórica que impide ver hoy en día la esencia del quehacer amoroso (sus razones tiene, pues para él todo se resumiría en residuos ficticios de “sentimiento bien sentido” muy reales), invita a despojarse de la connotación de posesión del otro – “el amor no se pierde, pues nunca se tuvo (¿cómo se posee algo que te posee?)”– y sobre todo a abrir el Amor como amistad, intensificación y elevación de conciencia. En este sentido, el Amor Cortés, al igual que la Seducción Histérica, sería tan solo una manera de practicar el Amor en cuanto “misterio” y “sensación pura” que busca la intensificación y la explosión del Ser por medio de la abstinencia o procrastinación del deseo, contrariamente al Amor Libre o al Hedonismo, otros métodos con igual objetivo y diferentes resultados.

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