DON’T LOOK UP: LA PERLA (NO) FALLIDA DE LOS NUEVOS TIEMPOS.
Juan Munoz
1
Luego de que mi ensayo sobre Encanto recibiera una acogida considerable, me han recomendado ver
la película Don’t Look Up y exponer
un concepto. Para ser sincero, no sé si contaré con la lucidez para enfrentarme
a ella y decir algo nuevo con respecto a lo que todo el mundo repite. La
verdad, tampoco sé si la lucidez sea un estado mental para analizar esta obra
que se nos presenta como una dura crítica de la actualidad y a la gestión de la
crisis ambiental y climática.
Debo reconocer que tenía cierta aprensión. Me decían:
“¡uf, tienes que verla!”. Así que saqué el tiempo y me senté frente a la
pantalla recordando dos textos que me había mostrado el maravilloso muro de
Facebook: el primero, un meme en la que está el profesor Randall Mindy,
interpretado por Leonardo DiCaprio, respondiendo a un cibernauta que el medio
por el cual este último difunde teorías de la conspiración es un resultado del
método científico. Es decir, quiere hacerle caer de un aparente sinsentido, una
paradoja, una ironía, una falacia, etc. El otro texto es un artículo que cita a
Niel deGrass Tyson. Según el astrofísico, esta película es un documental de la
realidad. Con estos dos pretextos, un meme y una alusión a lo documental,
parto, pues, en mi observación, aunque advirtiendo que no sé si tenga la
suficiente lucidez para “mirar más arriba” de lo que puedo.
Lo primero que vino a mi mente antes de coger un papel y
un lápiz (lo hago antes de traducirlo en frases más literarias y comestibles en
el computador), fue un almacén que había en Bogotá a finales de los años 80.
Eran tiempos en que el futuro de la globalización tocaba las puertas de un país
desconocido en el mundo, no tan urbanizado, pero aterrorizado por las bombas de
los carteles de la droga. El almacén tenía como logo tres elefantes morados que
se llamaban: Bueno, Bonito y Barato. Por estas 3B, “bueno, bonito y barato”, se
entiende una cosa o producto que atrae a todo público. Para ir al caso de la
película que aquí nos ocupa y entrar en una discusión que al menos roce la
lucidez, me tomo el atrevimiento de convertir estas 3B en tres categorías de
pensamiento. Las 3B de los elefantes o de cualquier producto en el mercado se
refiere a lo ético (lo “bueno” porque se nos entrega un producto de calidad),
lo estético (lo “bonito” porque el producto se amolda al gusto formado por los
estándares) y lo retórico (el precio será siempre el mejor argumento que
convenza al bolsillo de damas y caballeros).
De esta manera, extrayendo el carácter anecdotario de las
categorías de lo ético (bueno), lo estético (bonito) y lo retórico (barato), y
retomando las 3B, lo introducimos a No
mires arriba, para obtener: lo báquico (lo ético), lo barroco (lo estético)
y lo bizarro (lo retórico). ¿Cansados ya de este caracoleo? No se preocupen, es
el mismo caracoleo que propone la película. Pero para ofrecerles una mayor
claridad, pongo aquí una breve definición de estos conceptos. Lo barroco lo
entiendo desde su etimología inicial, es decir, una perla fallida con respecto
al estándar de la perla; lo báquico, lo veo como lo burlesco y lo orgíaco como
respuesta a lo escatológico o el fin del mundo; y lo bizarro, lo tomo tanto
desde su acepción más bárbara y popular, bizarre,
o sea, extraño, raro, weird, y en
su acepción más castiza, “valiente, espléndido, lúcido”. Dichas así las cosas,
y admitiendo que he cambiado el orden de los elefantes, pasaré, en primer
lugar, a exponer lo estético (lo barraco), luego lo ético (lo báquico), y
terminaré con lo retórico (lo bizarro) con el fin de meditar en los nuevos
tiempos que vivimos.
2
Muchos
de ustedes conocerán la obra pictórica insigne del Barroco, sobre la cual se ha
derramado mucha tinta por parte de autores como Michel Foucault, y que, de
hecho, explica gráficamente lo que por medio de la escritura hicieran Cervantes
y Calderón de la Barca en la literatura peninsular, o el mismo Shakespeare en
Inglaterra. Me refiero a las Meninas
de Velásquez, un cuadro que monta un juego asombroso de espejos y perspectivas.
El pintor pinta mirándonos, y nosotros, gente de otro tiempo, terminamos
convirtiéndonos en los reyes de aquella época que se reflejan en un pequeño
espejo ovalado a espaldas del pintor. A su vez, todo el cuadro es un espejo del
cuadro mismo, mientras que en el fondo se escapa un caballero en un haz de luz
rectangular, y adelante, al pie del pintor, vemos posar a unas niñas, una enana
y un perro.
El término mise-en-abîme suele aplicarse para la
explicación del Barroco, en tanto estética de no solo este período español y
europeo, sino a manifestaciones de otros tiempos y latitudes que compartan
rasgos formales y comulguen en el espíritu de acaparamiento y profundidad. Una mise-en-abîme se produce cuando una
parte de una obra envía explícitamente a la obra entera, al género a la que
esta pertenece, o al acto mismo de creación de dicha obra. Por ejemplo, Don Quijote es la traducción de los
manuscritos que un caballero de Castilla encontrara pegados a su bota y que
escribiera en árabe un tal Cide Hamete Benengeli, es decir, hablamos aquí de la
novela dentro de la novela. Y Hamlet lleva una obra de teatro a la corte para
desenmascarar al traidor de su tío: teatro en el teatro.
Este mecanismo de la mise-en-abîme
permite muchísimas interpretaciones, sobre todo en lo que se refiere al estatus
de la obra en cuanto a creación pura y su capacidad para representar la
realidad que la precede y hace posible. Mientras muchos ven que Velásquez se
sirve de la mise-en-abîme para
resaltar su carrera artística, su currículo, su portafolio; otros ven las
circunstancias de grandeza y zozobra de la España imperial. A mí lo que siempre
me llamó la atención de esos fragmentos de referente reflectores es la enanita
que nos mira desde su esfera. Un experto el tema nos dirá quién fue
históricamente; pero, para mí, ella en sí es una mise-en-abîme, no solo del
cuadro, de la época en que fue pintada, sino del concepto de verdad.
Volviendo a Don’t
Look Up, y disculpándome a los que se aburrieron con la digresión expuesta
en los párrafos precedentes, la mise-en-abîme es también un componente básico y
explícito. Curiosamente, el día en que me pusiera a escribir estas líneas me
encuentro otro artículo en el muro dentro del muro del mundo, Facebook, el
temido pero utilizado metaverso. Un Tiktokero afirma haber encontrado un error
de edición en la pelֵícula, en un momento en que se ve a todo el equipo de
filmación, produciendo así una mise-en-abîme
de “cine dentro del cine" a lo cual el director de esta le responde: "¡Tienes
buen ojo!". Esto lo hizo a propósito. Todo lo contrario, sería un error,
de acuerdo a los planteamientos narrativos de la película y de los fragmentos
de totalidad que arroja a lo largo, que no se incluyera una toma del equipo de
filmación. Una mise-en-abîme
explícita en Don t Look Up refuerza
la estética fragmentaria de la totalidad, esa totalidad que ya no podemos
construir, o no tenemos ya la ilusión de poder construir, pero que estamos
representando y actuando en ella desde marzo de 2020, una especie de patético Festspiele forzado por las
circunstancias y por gobiernos que son colosalmente malévolos y/o colosalmente
incompetentes.
La primera secuencia de la película nos pone ya en este
estado. Escuchamos el ruido de una olla que hierve, pero no hay imagen. Somos
las ranas dentro del agua que va aumentando de temperatura. El problema es que lo
sabemos, lo que aumenta el dramatismo y la impaciencia. Y esto vamos a vivirlo
y padecerlo a lo largo de la película, cuando nos ponemos al lado del Profesor
Mindy y la estudiante de doctorado Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence) a esperar
que la Presidenta de los Estados Unidos de América, Janie Orlean (Meryl
Streep), alter ego femenino de un rubio y encopetado antecesor, se digne a
atendernos cuando tenemos un asunto de no poca importancia como el mismísimo
fin del mundo. Una hermosa metáfora de espera hospitalaria dentro de los
sistemas de salud de nuestras naciones contemporáneas, espera en la que un
general nos cobra sin darnos las vueltas por unas botellas y unos snacks que son gratis. Una espera o
esperan-za que se pone a cualquier medio de salvación y quienes están para ello
son mercenarios boquisucios y racistas (Ron Perlman en el papel del coronel
Drask) –esperanza que termina frustrada con una vuelta de los cohetes a la
Tierra. Una esperanza ultrajada y desposeída cuando nos enteramos de que la
salvación de la humanidad solo se da si, y solo si, encaja en los intereses de las
multinacionales.
Al final, distanciándose de otras películas del género
como Armageddon, The Day After Tomorrow o 2012,
y acercándose más a sagas cómico-cósmicas como The Hitchhiker’s Guide to Galaxy de Douglas Adams en la que una
civilización igual de estúpida a la nuestra decide destruir la Tierra con todos
nosotros adentro para construir una autopista galáctica, Don’t Look Up nos regala por un instante, una hermosísima pintura
de los fragmentos terrestres flotando en el espacio. Con el toro de oro de
Wallstreet dando vueltas en el negro abismo pasamos de ese cuadro de Las Meninas de Velázquez a una escenificación
sublime del Guernica de Picasso. Los
fragmentos de la totalidad ya no están integrados en lo Barraco, sino que
navegamos en un cubismo postmoderno. Y ya no encontramos a esa enanita de la
verdad. ¿Dónde estás, pequeña?
Pero Don’t Look Up no
le gusta abrazar lo sublime. Lo abraza y lo suelta rápido, lo deshace –de eso trataremos
en lo retórico o bizarro. Las imágenes de archivo del mundo natural y los
animales, que parodian lo que hicieran en la película Lucy, no son suficientes
para quedarnos en ese estado de honda meditación. Pueden conmovernos, pero un
segundo después, la historia nos está dando una cachetada para sacarnos de ese
trance de triste grandeza. No hay tiempo para cursilerías. Ni el sublime
kantiano ni el kitsch del arte moderno.
Lo que sigue produciéndose es la tomadura de pelo,
incluso después de la muerte de la civilización. Por eso, la historia continúa
veintidós mil años después con los sobrevivientes, gente que odiamos y que no
nos representa, para escenificar otro chiste: en un planeta de pintura edénica,
una extraña criatura, una quimera de cuadrúpedo y ave, una construcción de
fragmentos de todos esos animales que nos pusieron antes en las imágenes
intercaladas, termina devorando a la Presidenta, cumpliéndose así lo que habían
predicho los algoritmos de Isherwell (Mark Rylance). Risa negra y sin ganas,
risa impotente, risa parecida a la de aquel idiota campesino eslavo que dejó
ensuciar con polvo del camino los testículos del asaltante mongol que violaba a
su mujer.
Esto nos lleva ante todo a considerar el “coñazo” en el
que vivimos. Aquí volvemos a la mise-en-abîme:
una foto de la Presidenta se hace pública. Al principio, nadie sabe qué es ese
pliegue de carne. Resulta ser su vagina. Las redes sociales no harán más que
restregar en la cara de todos los usuarios. Es una “mamadera de gallo”, como
dicen en Colombia. Esta expresión es justa, aunque dudo mucho que los
realizadores de la película en su mundo anglohablante tuvieran consciencia de
esto. Por un lado, “mamar gallo” es una expresión para denotar una tomadura de
pelo constante por falta de orden, claridad, emprendimiento, empoderamiento.
Las cosas están así porque a nadie le importa. Y, por otro lado, esta expresión
envía a su oscuro origen. Al parecer, en un momento de la historia en Colombia,
hubo algún hombre que, al no lograr satisfacer sexualmente a su compañera con
la potencia de su órgano viril, tuvo que resignarse a practicar el cunnilingus.
Tanto una tortura para él como para ella, que no disfrutó en lo absoluto porque
su Romeo tampoco sabía mover bien la lengua. Así, esta película nos muestra
cómo nos masturban sin darnos placer. Más bien desespero. Nos maman el gallo
(clítoris) o la verga, pero sin lograr encendernos. Pero aquí ya estamos
hablando de lo báquico, lo ético.
3
Hay una frase que me impactó la primera vez que la leí,
pero que hoy en día se ha vuelto cliché. Se trata de lo que dice Zizek acerca
del fin del mundo: es más fácil imaginarlo que imaginar una salida del
capitalismo. Volviendo a pensar en el momento que la leí, por allá en el 2007 o
2008, y comparándolo con el momento de hoy, 6 de enero de 2022, supuestamente
el día 666 después de que empezara la pandemia, me doy cuenta de que hay nuevos
matices que se prestan en la interpretación no solo de esta frase, la película,
y estos tiempos salvajes. Es como lanzar otra vez una piedra al lago, pero esta
vez, además de observar las ondas circulares que se forman sobre el agua, vemos
que también el aire pareciera ondularse.
Pero el mundo siempre ha estado acabándose, viven
adelantando y atrasando la aguja del reloj apocalíptico, y el capitalismo solo
sigue apaciblemente su rumbo. Fue un error de unos ideólogos rusos del
principio del siglo XX creer que se podría saltar, de la noche al amanecer, de
una sociedad feudal a una sociedad comunista. Lo que Marx dijo respecto a lo de
la dialéctica histórica sería lo que se está cumpliendo ahora: el capitalismo
se transformará en un comunismo planetario. Y es aquí donde sí se siente el fin
del mundo con sus jinetes, dragones y demonios: teorías de la conspiración a la
carta, para todos los gustos, como ocurre en otra serie de Netflix que he
comenzado a observar, Inside Job (Trabajo Incógnito en Hispanoamérica, o Ultrasecretos en España).
Que el Nuevo Orden Mundial implantará su agenda 2030 y
que para ese año no tendremos nada, pero seremos felices, es algo que no puedo
afirmar. Pero sí puedo al menos sustentar que la felicidad es una actitud, una
ética. Y todo fin del mundo que se respete conlleva una ética. Amigos, si les
pidieron como tarea para el colegio o la universidad una definición de la
ética, aquí doy una para que la apunten:
actitud que se toma ante el fin del mundo.
Uno de los padres del cyberpunk, Bruce Sterling, nos advertía
en una carta por allá a finales de los años 80 (¡tiempos aquellos, suspiro con
nostalgia!) que los hombres tenían dos posibilidades ante el fin del mundo:
transformarse en ciborgs y ser así “monstruos con esperanza” porque se adaptarán
a los nuevos entornos ecológicos y sociales gracias a la tecnología; o, por el
contrario, zombificarse aún más ante el estruendo del futuro. Escojan su bando
en el nuevo juego Blockchain de Tokens Fungibles Vivientes: Cyborgs versus
Zombies. ¡Bienvenidos al desierto de lo real! ¡Bienvenidos al cyberpunk!
Nunca me fascinaron las películas o series de zombis y la
figura del ciborg me parecía hasta hace muy poco una metáfora de un hombre que
reducía sus limitaciones físicas con ayuda de una prótesis analógica: una pata
de palo, un brazo de acero terminado en garfio, unas gafas o una silla de
ruedas. Pero, ahora se está haciendo literal y con alcances insospechados.
¿Tecnología 5G y nanotecnología inoculada que vuelve a la gente zombi o gente
adaptada para los nuevos tiempos? Deben ser los demonios que nos topamos al
tercer día después de morir, me digo llevándome las manos a la cabeza. Quizás estamos
muertos desde el 21 de diciembre de 2012. Río, delirio y vuelvo a ponerme
serio. No seré un luddite completo ni
pienso refugiarme en el bosque para sembrar lechugas y criar cabras, codornices
y conejos.
Solo planteo aquí la necesidad de revisar la ética que se
establece entre ser el zombi del pánico o el ciborg de la esperanza. En Don’t Look Up esta perspectiva planteada
en su momento por Sterling no se presenta, en principio, tan claramente. Por un
lado, no se puede hablar de esperanza, como ya se dijo en la sección anterior,
sino más bien de desespero. Y sería difícil buscar una imagen del ciborg o su
metáfora. Aunque Isherwell y el oráculo de sus algoritmos se acercan, pero no
con un mensaje de esperanza. Por otra parte, zombis es lo que sobra y, me
atrevo a decirlo, en ambos lados de la historia relatada por la película.
Don’t
Look up propone su propia ética
ante el fin del mundo y lo hace, nuevamente, de manera explícita. Ya cuando
todo está perdido y la colisión del asteroide es inminente, los presentadores
del Daily Rip (“Rest In
Peace”, descanse en paz), Brie Evantee (Cate Blanchett) y Jack Bremmer
(Tyler Perry) lanzan esta cuestión: fornicar o emborracharse para hablar mal de
otros. En verdad, es una mónada con su dialéctica: invocación ética a lo báquico
de la que se desprende la posibilidad de volverlo acto por el sexo o por el
discurso de odio (el famoso “hate” en
las redes). Brie opta por esto último, mientras que en la terraza de un
edificio vemos de lejos la composición de otra obra pictórica: la parte central
del tríptico de El Jardín de las Delicias
de El Bosco. La gente se entrega a los placeres del mundo antes de que este
termine, antes de que veamos la parte en ruinas del tríptico del pintor
medieval. Invocan a Baco para arrojarse a lo orgiástico, la apropiación
colectiva y corporal del otro, y lo burlesco, la destrucción del otro a través
de la palabra. Ya nada más da.
Precisamente se clasifica a esta película como sátira.
Sátira y sátiro. Sileno fue un sátiro que prestó sus servicios de mentor a
Dionisio, Baco, el Dios de la parranda y el desmadre. Sátira también significa
saturación. Por saturación, fragmentación y mise en abîme, se logra
precisamente documentar la realidad, como lo explica deGrass Tyson, ya que el
documental de por sí, con sus reglas de corte y estructuración formal, no
permite entrar tanta información. Es decir, no habríamos podido verlo todo tan
ricamente formulado en una película documental de Micheal Moore o cualquier
otro, quien nos daría una interpretación reducida y sesgada de la realidad. Don’t look up nos permite no ver
“arriba”, donde solo se vería un pedazo de cielo, sino “adentro” (de nosotros
mismos) y “afuera” (en la sociedad pre-apocalíptica que se desmorona) por medio
de la destrucción orgiástica y verbal.
Terminaré esta sección con otra bondad más de la película
en cuanto a lo ético. Nos ofrece la posibilidad de escoger con quién vamos a
morir. Y en esto el profesor Mindy pasa de traidor a héroe. Ya es bastante
consabido el hecho de que el intelectual, el profesor universitario, no encarna
ninguna figura mesiánica dentro de las sociedades contemporáneas. Es tan
anacrónico como un cocodrilo. Tanto es así que uno de los mejores profesores
universitarios que se haya visto en las películas de este siglo es un hombre
cavernícola que no envejece y que, en su momento, llegó a ser el mismo
Jesucristo. Me refiero al
personaje de las películas The Man from
the Earth y The Man from the Earth: Holocene.
El hecho de que él haya sido la
personalidad más importante de los últimos dos milenios no lo salva del
descrédito de sus colegas, de su propia vida de constante prófugo, y del
fracaso de su propio mensaje de salvación.
La salvación no puede llegar de Mindy, un profesor
tartamudo y nervioso que necesita a Kate, su histérica estudiante, para
encontrar la calma. Al principio, la salvación del planeta está en mano de
ellos dos en un mundo administrados por zombis y ciborgs. En el camino, Mindy
encontrará el éxito a costas de entregar al escarnio público a Kate tras
deslizar un pequeño comentario ante las cámaras. Cristianismo a la inversa: el
maestro vende a su discípulo. Y a cualquier profesor que le hagan un corte de
cabello y barba, le den un poco de coaching médiatico, y reciba agasajos de la
parte de Cate Blanchett (¿qué nerd no
habrá soñado con ella vestida de reina Elfo?), se convierte en el “astrónomo
que todos quieren follar” (ética de lo orgiástico, de nuevo).
Así vemos luego cómo Mindy engaña a su esposa, y si
sentimos o no compasión por esta señora, también terminamos nosotros engañados.
No hay que asombrase, “Mindy” contiene la palabra “mind”, “mente”, y esta vive engañándonos constan-mente. Es por eso
que, como dije muy al principio de este ensayo, es difícil apoyarse en la
lucidez para emitir un juicio, no solamente acerca de la película, sino también
de la realidad que nos envuelve. La lucidez no es un don en tiempos
apocalípticos, todo lo contrario, un castigo. Por eso, paga con más creces la
estupidez, o la zombificación, y asumir la ética de lo báquico, ya sea en su
vertiente orgiástica, a nivel de fantasía latente en el inconsciente colectivo
o en sus manifestaciones concretas en todos los productos culturales, y en su
vertiente de verbalización de odio o pulsiones de destrucción que canalizan
perfectamente las redes sociales, los memes y los medios de comunicación
tradicionales que refuerzan la polarización de la opinión.
De hecho, esta ética de lo báquico se asemeja a las pulsiones
de eros y tánatos que el último Freud describiera en Malestar en la Cultura. Solo que ahora, las instancias sociales del
super-yo, las figuras paternales de gobiernos o mesiánicas del espíritu
(“mind”/mente), están tan erosionadas y perdidas en el laberintos que ellas
mismas erigieron desde el inicio de las democracias modernas que ya no es el
sentimiento de culpa lo que permita regular las relaciones entre individuos,
sino la zombificación y ciborgización a través del ocio y entretenimiento que
genera el consumismo y la tecnología. Es por eso que el fin del mundo que nos amenaza
no es de orden ambiental o cósmico, sino el advenimiento de un nuevo
totalitarismo. Mientras los de arriba, las figuras paternas, nos “maman gallo”
y nos venden al mejor postor, nuestra propia lucidez, nuestro mesías, nos
traiciona.
Afortunadamente, el ciborg de la película, el presidente
de Bash, Isherwell, arquetípico de esos detestados Bill Gates, Mark Zuckerberg
o Steve Jobs, le dará a Mindy la oportunidad de redimirse. Según los
omniscientes algoritmos, Mindy morirá solo. Su acto heroico será invalidar este
vaticinio: regresar a casa, pedirle perdón a su esposa, a sus hijos, y compartir
con ellos y sus amigos la última cena en la que, el único verdadero Cristo de
este paseo, el nuevo novio de Kate, un ladronzuelo de supermercados, elevará
una oración. Una opción ética más ante el fin del mundo, ya no desde lo báquico
sino desde el Banquete, en donde no importa si la comida es casera o de tienda,
sino que se hable de amor –ya sea eros
(amor carnal), ágape (amor álmico), filos (filial), storge (afección natural), amistad, hospitalidad, etc – y que este
mismo amor, que ya no se dirige más como una pulsión de vida, vaya más allá de
la muerte.
4
Hasta aquí me he acercado a la película desde la
perspectiva de su estética y su ética. Por un lado, se ha encontrado en lo
barroco, más particularmente en la mise-en-abîme,
una forma efectiva de reproducir la totalidad de la realidad; mientras que, por
otro, con la saturación y excesos de lo báquico se muestran las actitudes
frente al fin del mundo, concebido este como una forma de totalitarismo por
llegar. Queda por discutir mi última B, la de “lo bizarro” y que está
relacionado con lo retórico, el arte de cómo un discurso, fílmico en este caso,
logra persuasión.
Las dos primeras categorías permiten fácilmente
identificar las virtudes de la película. Quien tenga nociones de cine apreciará
todos esos elementos y podrá sacar un goce estético y ético. El que esté
acostumbrado a una narrativa diáfana en estructura y mensaje encontrará esta
película sumamente aburrida o malísima. Por eso, bien se señala el hecho de que
las opiniones están divididas y que Don’t
Look Up se ama o se odia. No es precisamente la ganga en el mercado de
bueno, bonito y barato.
Sin embargo, en lo
retórico la cuestión se hace compleja. Tratemos de elucidarla por medio de
preguntas y respuestas.
P= ¿Solo se me pide disfrutar la película y nada más?
R= En lo que a mí se refiere, me costaría solo verla con
ese fin. El gusto estético es muy subjetivo en este caso porque depende de
impresiones individuales y no respuestas a cánones establecidos. Don’t Look Up rompe los cánones de “buen
gusto” (cine de autor) y “entretenimiento” (cine de masas). Podría encontrarse,
más bien, un goce, una jouissance,
pero como se dijo, en esa película el sujeto está expuesto a “mamadera de
gallo” y no busca saciar o llevar al orgasmo.
P= ¿Se trata de una exhortación para reaccionar y salvar
al mundo?
R= Si genera algún tipo de praxis, quizás sí. En lo que a
mí respecta, al menos me esforcé en escribir este ensayo que me tomó algunos días,
no por lento o falta de inspiración, sino porque tengo otras obligaciones. Esperar
que suscite reflexiones y que alguien con mayor lucidez las lleve a otro nivel
y, por qué no, en el terreno de una praxis más efectiva (si eso es posible,
bienvenido sea).
P= ¿Nos propone una catarsis al modo aristotélico?
R=No. Aristóteles hablaba de la tragedia, un texto teatral
dirigido y representando a la nobleza de una sociedad y un tiempo ya
inexistente. La película podría tener cabida en las consideraciones de la
comedia, dirigida y representando al vulgo. Lastimosamente, lo que haya dicho
Aristóteles acerca de esto, se perdió y no figura en su Poética.
P=¿Quizás el Verfremdungseffekt
o efecto de distanciamiento brechtiano?
R=Tampoco. A pesar de su mise-en-abîme del cine en el
cine, hay que tener muy bueno ojo para notarlo. Desde el primer hasta el último
minuto se tiene conciencia de que es una ficción. Ni ver a Mindy impotente frente
a las cámaras que van a dar a una pantalla que ven otros personajes y que
nosotros vemos en la pantalla de nuestro televisor, computador o celular no nos
aparta del contrato de representación de la película. En ningún momento,
Leonardo DiCaprio dejará de interpretar a Mindy para interpelarnos y lanzarnos
una arenga para que salgamos de nuestro estado de pasividad y complicidad con
el sistema.
P=¿Qué hay de la ironía como recurso retórico?
R=Posible, asociándolo a la sátira y entendiendo la
ironía como dejar un mensaje contrario a lo que se dice o se muestra, o en
términos más técnicos, en enunciar algo contrariamente a lo enunciado. La
película en un primer nivel juega muy bien con este elemento: los seguidores
del “Don’t Look Up”, con la Presidenta a la cabeza, tienen como lema el título
de la película que pretende criticarlos, mientras que el otro bando representa
el “Look Up”; Mindy critica a un conspiracionista cuando él mismo está inserto
en los discursos conspiracionistas de meteoritos y asteroides que están cayendo
cada tres meses a la Tierra; un cartel de promoción anuncia que las palas están
a 500 dólares. Se podrían seguir citando ejemplos. Pero, a nivel global, ¿hacia
dónde apunta la intención de la película si su forma no va hacia ninguna
dirección definida? Es decir, todo está fragmentado y, los fragmentos,
dispersos hacia todas las direcciones. Intenten decir lo contario a esto último
si quieren encontrar la ironía y su alcance dentro de esta película.
P= En cierto momento me referí a lo sublime, ¿qué quise
decir y puedo asumir lo sublime como un elemento retórico en esta película?
R=Tomaré otro ejemplo para explicar esto. El perdón se
parece a lo sublime en lo que significa una suspensión del juicio para abrazar
otra realidad. El perdón y lo sublime me obligan hacer tabla rasa y a dar un
salto en el abismo. En la película se dan dos casos: el perdón que le pide DJ
Chello (Scott Mescudi) a Riley Bina (Ariana Grande), y el Doctor Randall Mindy
a su esposa, June (Melanie Lynskey). En ambas ocasiones, los hombres piden
perdón por una infidelidad y las mujeres aceptan, pero confesando que también
tuvieron en cierto momento una aventura con otras personas. Lo gracioso es que los
dos hombres reciben este perdón con una mueca de impotencia agridulce para
luego abrazar esa nueva oportunidad. De la misma forma, al espectador se le
propone abrazar los momentos sublimes de la película, sobre todo, los de la
última cena y esa imagen de los fragmentos de civilización flotando en el
espacio, junto a las incesantes desilusiones y mamaderas de gallo.
En una escala menor a estos perdones, el Doctor Oglethorpe
(Rob Morgan), jefe de la Defensa Planetaria de la Nasa, recuerda haber
dialogado con un famoso que dejó salir una flatulencia en el momento de la
charla y no se disculpó. Obviamente, aquí no se trata de lo sublime del perdón,
sino de un pedo, aunque se pueda perdonar desde una infidelidad hasta un pedo,
y en ambos se pueda sacar lo sublime. En principio algo orgánico y natural,
pero socialmente sujeto a unas reglas complicadas de espacios y tiempos públicos
y privados, el pedo pasa a tener no solo la aceptación o la tolerancia, sino
también la categoría estética de “adorable”, según el propio Oglethorpe.
Tal es el contraste de discursos en la película que se
hace imposible reducirla a una retórica de lo sublime, cuando también existen
formas que lo contradicen o anulan. La película da caricias y también cachetadas.
Asombra y desaíra. Esto solo se puede explicar desde lo bizarro.
P= ¿Qué es, pues, lo bizarro y cómo se da en Don’t Look Up?
R= El castellano nos permite concebir lo bizarro como
extraño y valiente al mismo tiempo, uniendo así lo estético y lo ético. Del
mismo modo, se puede afirmar que la película por medio de la fragmentación de
imágenes y discursos dirige dilemas éticos al fin de mundo con respecto a los límites
del paradigma actual, es decir, el fin del mundo. Lo bizarro aparece como una
indecibilidad o indeterminación transmitida al espectador. Por eso, Don’t Look Up es extraña y valiente,
aunque no sea ni agradable ni contundentemente clara en su propósito. Del mismo
modo, extraña y valiente es esa enanita que nos mira en el cuadro de las
Meninas. No sabemos exactamente qué nos dice, pero ella es la verdad en su
estatus ontológico. La verdad, en medio de la crisis epistemológica de teorías
de la conspiración, fake news y
pérdida de credibilidad de les poderes políticos, económicos, religiosos y
científicos, es una perla fallida en tiempos difíciles.

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